18 ago 2011

Mi soledad y yo

Entras en casa. Tras de ti un portazo que rompe el silencio. No enciendes la luz; te abres camino: recuerdas cada centímetro.
Llegas a la habitación, dejas la maleta. Te tumbas en la cama con los brazos extendidos como si fueras un ángel que espera levitar en cualquier momento.
De repente el reproductor de música se enciende, sonando aquella canción que bailaste pegado, pesando que esas cinturas nunca se separarían, que esas miradas no se desviarían, que esos labios no se dejarían de besar.

Cierras los ojos. Disfrutas de todas y cada una de las notas que suenan. Estas a oscuras. Nada te molesta. Ni un solo ruido; solo la melodía da sentido a los próximos cuatro minutos.
Termina.
Abres los ojos. Pero sigues sin ver nada. A lo lejos, un destello de luz procedente de una rendija de la ventana cerrada.
Te descalzas con los pies. Te levantas; el suelo está frío. Te acercas a la ventana. El haz de luz que entra ilumina a cual foco únicamente a una mesa en la que reposa una fotografía. En ella, una chica retratada de hombros para arriba, con la mirada cabizbaja, ojos cerrados y melena morena rizada. Preciosa. Es ella. Soy yo.
Coges el portarretratos en el que está metida y te sientas en el sillón. La observas mínimamente con la luz que hay. Abrazas la imagen, como si de un ser querido se tratase. Un sentido abrazo de ojos cerrados dura como medio minuto. Besas el cristal del portarretratos, te levantas y lo dejas donde estaba.

Caminas por el pasillo. Cada centímetro es reconocido. Cada paso es recordado.
Entras en todas y cada una de las habitaciones de la casa; tampoco son tantas.
No hay nadie. Ahora ya no hay nadie. ¿Alguna vez lo hubo?
Te arrodillas en el suelo derrumbado. Comienzas a llorar y gritas "por qué".

Te sientes solo. No hay nadie que espere ni nadie a quien esperar.
Estás solo. No hay luz en tu vida. Una canción que empieza y que se acaba en medio de la nada.
Una fotografía de recuerdo; pero nada más. Solo tú y tu oscuridad.
Nadie que coja tu mano y te diga de hacer el amor en ese sillón. Nadie que cante contigo esa canción. Nadie que de luz a esta oscuridad. Nadie que te tienda la mano cuando estés llorando en el suelo y responda a tus plegarias "porque te quiero".

1 comentario:

Carapan dijo...

Sigo pasando por aquí como siempre y siempre me cabreo con algunas cosas que escribes. Además de las cosas que no son más que recursos literarios y las que son verdad, están las cosas que tú te esfuerzas en creer que son verdad. No estás solo. Ni lo vas a estar. Te empeñas en creerlo porque, como te he dicho muchas veces, eres un peliculero adicto a la autocompasión, pero hay mucha gente que te quiere de verdad. Así que a ver si un día de estos dejas de decir esas tonterías, porque al final terminarás creyéndotelas de verdad. Y quiérete como te mereces.