19 dic 2014

El chico de las poesías

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Cuando no es todo lo que parece y todo lo que es se parece a la nada en la que me encuentro. El teléfono no para de sonar, mil excusas llaman y aporrean a mi puerta pidiendo explicaciones, yéndose mi vida por otra cuneta.
Es la impaciencia, la indecencia que viene cuando el frío aprieta. Gestos extraños, dardos que se clavan como clavos en nuestras manos, que atrincheran la marchita rutina. Se agrietan por mi tripa unos litros de soledad indigesta, la brisa tonta de un veraniego diciembre, el tuerto que es ciego y que parece que todo lo entiende.

Son unas notas de aquella vieja canción, de papá siendo el conductor y no tener problemas que ronden cabezas. La incertidumbre de venta al por mayor, de calendarios rotos, de penas que son menos penas entre sábanas y luz apagada.
Virulencia matinal que atenta el despertador, solapas de sobres con cartas de desamor que anhelan que se pare el ascensor. Esquinas malditas, manos que arden al notar los pies fríos, espejos abren la lata del olvido.

Ese complejo maldito, colas de lagartija que cortas y vuelven a crecer, tardes que caen como el pelo y emborronan como el acné. Bolsas del supermercado, champú y desatino, el "érase una vez" como estribillo.
Que si tuviera otra vida, me volvería a equivocar; me tropezaría otra vez con esta piedra, dormiría 3000 noches a rienda suelta, cerraría los ojos y continuaría soñando. 
Disculpen la melancolía, no pretendo ser el chico de las poesías.

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