14 nov 2011

La historia inempezable

Él la mira, como el que mira un espejismo, como el que observa la transparencia de un cristal y se ve reflejado en él.
Ella agacha la cabeza, y sonríe escondiendo sus labios; nadie había cogido su mano de la forma que lo hace él.

La chica, pelo negro, mirada con luz, tranquila, pero con un saber estar y unas carcajadas que rompen los esquemas de lo físico.
El chico, un tarambana, un loco, un excéntrico, un visionario; melancólico por definición, imperfecto por conclusión.
Ellos, ajenos, se esperan, se impacientan, se contradicen con la mirada, se desesperan con la esperanza de esperarse, con la inconsciencia del no saber.

Jóvenes e irresponsables gastan los segundos pensando en qué quieren ser y no en darse cuenta de realmente qué son.

A ella le parece interesante, esa elocuencia con la actúa, esa incorrección al reírse con/sin respeto, esa incógnita matemática que no logras entender y sin embargo crees que conoces.
A él le parece que es la corrección, lo que él no es, el complemento perfecto. Ese esconder la mirada, ese contigo, esa despedida con ganas de verte, de vernos. Y es ese desconocimiento de lo desconocido, esas ganas de conocer...

Nada que todo nos hayamos nunca dicho, todo lo que jamás, buscamos en los bolsillos restos de algo que no tuvo lugar; no era nuestro, pero ya ves, nos ha hecho encontrar.
Se agachan a recoger la misma moneda, fuman cigarrillos diferentes, comparten el mismo fuego.
Imagina que nos sentamos, copa en mano, charlamos, nos descojonamos, nos- quizás- olvidamos de todo. Cabeza en hombro, mano que recorre tu espalda buscando tu cintura y engancha como un tetrix con la tuya. Aprieta fuerte que me caigo; que no aguanto tener tan cerca tus labios, coge fuerte mis dedos que se deslizan por tu camiseta buscando un hueco por el que colarse y rozar así tu piel, solo con la puntita- de los dedos-.

La noche se enciende, la luna se apaga. Las estrellas no acompañan esta desajustada velada, estos consuelos de la nostalgia, esta playa sin agua, esta metralla para mi medalla al ganador del solitario del día, del que camina por el bulevar de los sueños rotos, escuchando cualquiera del flaco, tarareando...

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