3 nov 2011

Ya


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Las paredes caen. Los vestidos se deslizan entre arrumacos, nuestros ojos. Ya nadie lo entiende. Ya nadie me entiende.
Deshace los pliegues en trozos de hielo, de desechos de nuestros huesos, de los huecos dejados por la ignorancia y el absurdo.
Entre el nunca y quien sabe se esconde. Entre el bochorno de verte conmigo, de tomarnos algo, de cena con velitas para dos, de obviar lo que ninguno nos atrevemos.
Ahora todo se complica, parece que todo sea mentira. Que un abrazo se funde en fuego a nuestros brazos, mi mano que recorre con los dedos tu espalda, y que sin querer, baja más allá de la cintura.
Sonemos divertidos. Ahoguemos nuestros gritos. Guarda el aire de nuestros suspiros en un vaso de cristal, donde nada pueda escapar de nosotros, donde siempre suene una música que en forma de banda sonora sella nuestra vida, perpetua nuestros días.
Y en esta gran obra sigue pasando la gente. Casi sin avisar, la trampilla se vuelve a abrir, las decepciones me vuelven a decepcionar, las sorpresas...ya no me sorprenden.
Pero, joder, al final siempre quedamos los mismos. Alguien me dijo hace unos días que parece como que continuamente se repiten las mismas historias; únicamente cambian...los personajes.
El telón se deja caer a la escena dejando a oscuras toda la sala. Parece un entreacto, una breve pausa en esta fratricida obra. Nadie se levanta, los actores permanecen inmóviles pese a que nadie los ve, nadie contempla esta escena.
Parece que este triste melodrama, que esta triste mentira, eficaz pero mentira, obnubila al espectador. Nadie me cree cuando miento. Todos lo hacen cuando digo la verdad.
Los días se consumen entre mis dedos. Entre hojas de calendario que rasgan nuestras mentes, nuestros presentes. Los ceniceros rebosan, muestran la pasión acumulada, las mierdas no perdonadas, las miradas sin mirar.
Pero ojo, pequeño. Mira lo que tienes ahora. Puede que no sea el conjunto de vida que siempre soñaste, pero siendo objetivos no está mal. Quizás suspiras demasiado fuerte, quizás beses demasiado lejos de sus labios, quizás el tiempo y calendario no se han encontrado entre nuestras manos.

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