9 feb 2013

Cuentos

Es un momento perfecto, el eco de una canción que escupe las palabras a los ojos, que te miente diciendo la verdad y esconde los complejos que un día crecieron como rabos de lagartijas.
Impresionan las alturas, el vértigo de una ladera, de ver la cima tan alta y el caminar tan pesado. Son miles las palabras y tan solo dos las razones.

No se puede vivir así; que sin vivir viviendo, sin conciencia de pensamiento se ven pasar los sueños como bolas de humo que se esfuman entre las manos. No son maneras, son las esferas que en forma de ojo me dan una visión incorrecta de la realidad. Los pies que se cuelan en las arenas movedizas de mis largos días. Aquello de fallar y aquí no pasa nada, eso de pasar de las caras: miradas que no miran, el corazón no contamina.

Mis manos ahogan los suspiros, los abrazos al viento, el brillo que en mi voz los sentimientos apagaron hace tiempo. Se complican las esquinas, se hacen dulces las despedidas. Un minuto de silencio, que cuando pierda este autobús, con el siguiente vendrá lo de siempre; lo que parece que siempre encuentro en mis bolsillos en forma de soledad, de canciones de cantina que hacen de morfina y desafinan mis "hasta nunca".

Se empieza a hacer de noche. ¿Te acuerdas cuando salía y le poníamos el broche?
Que empieza y se acaba la vida, que esta pandereta no sea mi único argumento, que salga el genio de mi lámpara y me meta en otro sueño. Que las princesas ahora quieren ser torero, que por favor, me sorprenda el universo con otro cuento.