Acecha octubre, se deja en entredicho, se agasaja entre nosotros. Va descalzo por la casa, se tapa con una manta, se deja acurrucar en tu regazo. Es como un juguete nuevo, esa vecina que no sabías que existía pero que una tarde tonta te hace ojitos en el ascensor.
Es tiempo de dejar crecer el pelo, de limpiar los cristales de tus gafapasta, de que tus pies no se queden fríos por miedo a que no haya alguien que los caliente.
Son mañanas de desperezarse, de mirarse al espejo, de disimular las canas y arrugas, de café sin azúcar, de salir por la puerta sin saber cuándo volver.
Es un mes diez. Como diez son los fracasos que a estas alturas de año llevas. Bolsillos vacíos, ni un puto duro y menos todavía dignidad. Se aguan los hielos de esta copa. Se derraman en esta barra el desengaño, el reproche, los besos largos, el dueño de unos labios a mar abierto.
Es el naufragio de otro mayo, la duda de otro verano, la pena de antaño. Ya no contarán tu historia en la radio, serás otro bufón que nunca más subirá a ese escenario. Es este vicio innegable de soledad en vena, esta trinchera que tu arteria coagula y espera el frío de otro triste y soleado invierno.
Serás la viva caricatura, el stronzo di merda, la puta que despasa tu camisa.
La mente se confunde, se deja engañar por cada gota, ya no se sonroja. Se cala como un zaguán mojado, entreviendo un mal gesto, un simple abrazo o perfume de desdén.
El tropezar tonto, la mitad del final de un principio, lo justo, quizás más de lo adecuado. La torpe mentira que el calendario acentúa, el tosco botín de una vida que en nada queda cuando por sorpresa te encuentra en ropa interior.
Siempre quedará algún reproche de lo que el año pudo ser, puede que incluso quede dignidad en las palabras.
Entretanto un noviembre que acontece un diciembre te va dejando en evidencia, terminando un año de desdichas, torpezas y caricias.