8 jul 2015

Me voy

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Marcho, como el que busca y no encuentra, como el que ansía sentir en mayúsculas y tan solo encuentra hielo tras la piel.
No creo que esto sea escapar ni huir, simplemente es coger tus cosas y buscarte la vida lejos de un lugar confortable. Quizás sea esa necesidad de encontrarte, de echar de menos y rememorar los fracasos. Puede que el calor no acompañe y que el corazón sea frágil. También puede que estas cuatro paredes no sean la mejor compañía para llevarlo, puede...
Pero es mejor así. Es esa necesidad de que duela, de cumplir años más allá de un calendario, de crecer, de tropezar, de olvidar recordando.
Delante de mi, una taza de café vacía, un ventilador que rompe el silencio en esta ciudad impía. Girando gira, esperando la eternidad, son los círculos infinitos que dan sentido y forma a cada instante.
La estepa de los días que amontonados son años, sin parar, sin saborear cada abrazo, cada gesto. Es la factura que se queda sin cobrar, la ropa sucia que se acumulada y sin lavar.
Un viaje que compartir con uno mismo; narcisismo al más puro estilo película de domingo. La soledad buscada que enmascara conversaciones, mirarse en el espejo una mañana y que este perfecto idiota que habla se haya ido indefinidamente de vacaciones.
Sentir y sentir. Ser cenizas volatilizadas en un ave fénix y deslizarme como arena en un agujero roto de un pantalón. Pájaro de mal agüero, triste es el consuelo de tener las alas rotas y duro el peso de la culpa que esta cama aguanta cada madrugada.

Es una partida que duele; un dolor ajado, triste y maltratado. Una carta jugada al azar que nunca sabrás si será bien juzgada. Me trituro la piel para volver a sentir, para encontrar mi sentido. Busco la siguiente señal que me ilumine el camino, que me diga por donde tira. Y ahora más que nunca temo equivocarme, me aterra olvidarme en el olvido y que solo reste un múltiplo de aquello que debería ser.
Me aferro a aquel atisbo de las cosas que se pueden ver con los ojos cerrados, a reducir los metros en centímetros y eliminar la distancia de mi cuerpo y los sentidos.
Dieta al corazón, salvaje ir y venir de la sangre. Marea que amenaza cada madrugada, que suaviza cada despertar. Torpes son los ojos que arrebatan la dignidad, insulsa interrupción de instantes por contrato. No me acabo de ir y ya lo hecho de menos. No existen existencias suficientes para devolver todo lo prestado, el tiempo alquilado conectado a un cuerpo.

Agónica llamada que se pierde, eco que no llega y atropella a las sombras chinescas del montón de ruinas que porto como equipaje. No me llevo ciertas cosas, duelen las despedidas. En este caso las prisas sí que son buenas. Ni una lágrima ni llanto por la pérdida. Quizás la alegría de que a la vuelta no encuentres el fantoche que escucha esta última llamada con destino ninguna parte. 
Soy aquel que apura en cada taza, en cada sorbo, un instante, mil segundos de mujeres y hombres que me han permitido ser. Aquel que aquí hoy se despide, puede que para no volver.
Sin ser yo, eso ya es demasiado; es más de los que jamás soñé. Y de los sueños, dueños somos.