2 oct 2016

Puerta cerrada

Con la serenidad que te dan los domingos, lejos quedan carreteras, rastrojos de caminos secundarios frente al televisor.
Resuenan todavía los ecos de septiembre y la vida que sigue sin perdonar, los centímetros de un cuerpo que queda por conquistar. La resaca dominical dejó hueco a las tostadas con café bajo el sol. El fresco acontece, se lleva cualquier resquicio estival, los frentes que todavía no ha podido derrumbar.
Ya cuelga sobre mi cuello la corbata, ya llevo en la espalda una mochila roja con cien mil motivos e ilusiones. Me pierdo en mares serenos, hay marejada y tormenta en los atardeceres rotos. 
Y no sé si seré demasiado tonto, si quiero lo que duele, si añoro lo que tuve. La cuestión radica en la permanente disconformidad del presente vivido. No quiero más vino, mi copa está llena; no quiero si lastimo, que te acerques demasiado, lenta...
Serán las flores del jardín de la indecisión, los pétalos que arrojé sabiéndome ganador, las flechas que me clavé, sí, en el corazón.
No es esta realidad la nuestra, como tampoco lo son los meses compartidos, se ahogan lentamente los días entre los besos que perdimos mientras que no debimos. Ahora, sofoquen este fuego del que solo quedan ascuas, viejas historias que algún día recordaré.
Mientras tanto, disculpen la tristeza. Disculpen que cierre la puerta y aquí no deje pasar.