31 ago 2016

Os quería contar

Hace años que busco equivocarme conscientemente, que ya no me emocionan las historias de amor, que soy menos del del sí y del no, frecuentando mucho el "ya veremos".
Me impaciento cuando algo me trunca el alma, me enfurezco cuando las cosas no son como yo pienso que tienen que ser; ¿y qué?. Si es verdad que cada vez transijo menos, que apuro más las uñas de los dedos, que nadie me hace cambiar de opinión aunque no me vea poseedor de la razón.

Hace tiempo que vago sin rumbo dejando que la rutina me sorprenda, apostando al cinco cada oportunidad de fracaso que se me ponga por delante, dejando de fingir que ahora es siempre todavía. Y es que el espejo no engaña. Cumpliendo las bodas de plata y dejando para mañana lo que hoy parece tarde para abordar.
Me voy dejando en el retrete las vidas que un día soñé y sigo despojando margaritas pensando que hoy quizá no perderé.

Los impulsos me pierden, las sorpresas me agobian, las despedidas hace tiempo que las dejé para las películas de miedo, los besos siguen estando sobrevalorados, las bocas ya dejan de pedir demasiado. No exige el que más pide sino el que menos reclama. Los grises y los golpes en la mesa, son esa estúpida condena que nos enseña cuál debe ser las puerta de emergencia.
A veces me excedo. No sin falto de razón, voy dejando un desazón considerable y me entretengo, distraigo al corazón con sueños de princesa, historias de esas del "no soy yo, eres tú".

Simplifico vaivenes con ausencias, con silencios atronadores frente a la puerta. Dejo constancia de otro fracaso y voy echando de menos mi playa. Naufrago vocales, entono constantes vitales que van adormeciendo esta especie en extinción.
Y ahora, ya no espero esperar, me acostumbro a olvidar a ser yo y no cualquiera, para bien o para mal. No he necesitado aceptación. Me voy complicando la vida alimentando el ego de una eternidad dormida, estropeando postales de New York, paseando por hospitales donde se nos va la vida. 

Quiero hacerme viejo. Esperar sentado, disfrutar viviendo. Bajo el mar me voy hundiendo; como un sueño tornado pesadilla, cuento entre mil comillas los esquicios y retales de mi existencia. Puede que en ocasiones me esté yendo y sin darte cuenta el portazo haya roto en mil pedazos cada escombro de mi pasado. Pero es que, vaya por Dios, no nací enseñado y hubo tres o cuatro clases de las cuales decidí olvidar la lección.

27 ago 2016

Agosto

Ahora que los segundos parecen minutos, que la vida pasa en ascensores de cristal, que todo cuanto se da se quita sin preguntar. Son los lunes metas, dulces condenas que aprenden a olvidar caídas, torpes despedidas.
Y es que me desajusta el alma la nimiedad de lo etéreo y los cuerpos conectados a sus cerebros. Como máquinas perfectamente engrasadas, mágicamente perfectas que al tocar una tecla todo se va a la mierda.

No es que ahora ya no me emocione, de eso voy dopado; serán los flujos de esté cuerpo maltratado que no dejan ver el horizonte. Bajo la mirada, el suelo parece más interesante de lo que dicen; el cielo oculta un universo en el que parece que estemos atrapados, en el que la luz no es más que tiempo y distancia, lo que arde de un cohete que navega con destino la nada.

Teníamos un trato, querernos solo un rato, de martes a viernes y uno de cada dos fines de semana. Pero hoy me toca solo en cama. Perras tardes de agosto que dan vueltas a mi cabeza al compás de este ventilador. Para qué mentirnos y decirnos que todos los días son domingo, que nacimos para olvidarnos, que cerraré esta puerta por si un monstruo se cuela debajo de mi cama.
Se me parten la venas, se me rompe la mirada, explotan los sentidos, nada es yo, ni siquiera desatino.