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Hay cosas que aprendes en los libros y otras que olvidas en vasos de cristal que ahogan sueños y quizás alguna que otra fantasía. Caminas y caminas; intentas crecer y por ende, dejar de ser.
Porque las curvas son necesarias; te hacen estar atento y puede que salgas de ellas incluso con más fuerza. Nadie dijo que fuera fácil; seguramente nadie creyó en uno mismo salvo uno mismo. Por eso, el miedo al fracaso muchas veces es mayor, ya no por decepcionar al mundo, sino por fallarte y tener que darle la razón a todos aquellos que aclamarían una derrota.
Pero hoy no vengo a hablar de esto, aunque tenga que ver.
Son épocas de decisiones y de nada sirve ya aquella frase de "dejarse llevar suena demasiado bien". Es momento de cerrar puertas, de bajar persianas, de colgar llamadas entrantes en tu teléfono. El tic-tac atronador de las despedidas; eso de marcharse medio a escondidas para que la memoria no se fragmente y manche de lágrimas los recuerdos todavía no olvidados.
Porque creo, y solo creo, que la vida es eso: despedidas. Saber el momento adecuado para dejar algo o a alguien. Y no por falta de amor a aquello que se está dejando, no. Quizás por desgaste, por cambio, por fracaso o simplemente por necesidad. Muchas veces, ese adiós tendrá más de amor que de despedida, pues realmente lo que te impulsa a partir es el deseo de no dañarlo más.
Creces. Las personas pasan. Alguna con más pena, otras con más gloria. Y otras, pues menos mal que pasan porque menudo sopor tener que ver ese careto un segundo más.
Es ahí cuando te das cuenta de que el tiempo está traspasando tu DNI. Empiezas a ser consciente de la cantidad de despedidas que has tenido a lo largo de los últimos años. Seguramente más de las que te gustaría. Pero al final, te queda pensar que cada una de ellas te ha hecho crecer. No sé si para mal o para bien, pero ahí está.
Aprender. Es sin ninguna duda lo que aquel que escribe estas líneas se intenta llevar en los bolsillos de la experiencia. Alguna lágrima a escondidas, mil reproches y otras tantas faltas. Pero qué se le va a hacer si puede que en el error esté el acierto.
Porque claro que he perdido. Y siempre me han dicho que el que pierde es un perdedor. Y qué le vamos a hacer si eso es lo que soy: un perdedor. Pero también, esas son las historias que me interesan: la de los perdedores. Quiero vivir la vida de uno de ellos, quiero equivocarme mil veces, ser un egoísta, pasar la vida buscando un nosequé, perdiendo muchas veces y que ganando de vez en cuando, teniendo fuerzas para seguir perdiendo.
Que el bochorno de ser yo, lo sea cada vez menos. Que al mirar las fotos no sea únicamente yo el que queda. Es la firme sospecha de vivir en la rutina del tropiezo, de que al final sea más el error que el acierto.
Entretanto, las canas empiezan a asomar y escondo las arrugas de este corazón insensible.
No hay más llamadas perdidas, solo camas vacías, buhardillas que acumulan recuerdos, maltrechos pero vivos. Son demasiadas lunas, pocos los lunes serenos tras domingos de resaca cardiaca y ninguna palabra ante el tribunal del adiós.