11 abr 2016

Vida compartida

Manchan las heridas de un corazón ajado, la sombra del enano que quiso ser gigante. Se desvanecen entre cemento y alcantarillas las luces verdes y amarillas que iluminan los besos al pasar.

Nos quisimos tanto que solo los despojos me recuerdan tanto. Es solo un rato cada día en el te cambiaría por cualquiera que se pareciera a ti. Me dejo llevar por la primera niña pija a la que arranque una sonrisa; me tropiezo, me caigo y vuelvo a tropezar.
Piel con piel, hija de un volcán en celo, abre las puertas de tu camisa, hazme ver que las prisas nunca fueron buenas compañeras.
Es el paso del tiempo, las canas que todavía no peino, las risas que van marcando mis arrugas, las penas que son menos penas diluidas a tus piernas.
El humo de un cigarro, la vida que se me escapa por las venas, se ventila cuando mojas las penas con el café.


Mil y una vueltas, rompen poco a poco cadenas. Despedida tras despedida hacen ya un poco mella. Precipicios con abismos; ya no hacemos más alunizajes con destino el colchón. Nos dejamos, como ese ciego que mira sin ver, como ese ignorante que sabe demasiado como para poder demostrarlo. 
Ciento y una vueltas te da esto que llaman vida, tantos como caminos en los que perderse, tantos como aciertos y errores por cometer y cometí.
Es como una partida de naipes que a mi antojo destrocé. Más de tres palabras que suenan a despedida, más de cien estrábicos besos que nos regalamos en la vida compartida.


3 abr 2016

Espera

Fraccionamos nuestro tiempo, nos dejamos llevar por cualquiera que se parezca a ti, escuchamos los secretos que el viento nos quiere contar, nos dormimos a la luz de una sombra en la orilla de aquella playa.
Nadie entiende, todo el mundo opina. Lejos quedan los besos de propina, las miradas que atraviesan corazones, los marchitos pero bellos jirones que en el alma guardo cual trofeo de vida.
Es un segundo, una despedida que al girar la esquina sigues preguntando el porqué. Nos vemos inservibles, carentes de razones; los abrazos ya no traspasan este cuerpo ajado de tanto soñar, trinchado de desesperar los lunes al volver a madrugar. La zarpa que va arrasando lo que no seré; un futuro imperfecto, solo un reflejo de lo que quise, solo un fracaso de lo que soy.
Pero me voy acostumbrando. Ya no soplo velas, ya no me dejo engatusar por cualquiera. Duermo poco y me conozco cada una de la motas existentes del techo de mi habitación. Además, intento que los sueños siempre me pillen despierto, no vaya a ser que no se cumplan.

Entre tanto, espero y espero. Como el que espera sin esperar. Como el que no desespera pese a que esté esperando. El viejo que sube a un autobús por echar el tiempo, por verlo pasar un poco más rápido a través del ventanal, la típica duda de saber dónde irás.
Son torpes nuestros días, como frías las despedidas, que te hacen sentirte un poco más viejo, que te hacen ver esto como el clásico cuento que ya sabes cómo vas a terminar.
Y miedo, bastante miedo. Miedo del final. Miedo de caminar en círculos y decirle a uno mismo que has sido capaz de avanzar. Miedo de llegar a casa y que nadie me devuelva el saludo, que una vieja canción triste atormente el silencio de esa morada. Miedo a estar y no ser; no hay cosa más dura que perder esa identidad, ese sello que nos identifica, ese factor que nos dice que somos nosotros y no otro.

Me crecen las venas como vellos, se me encogen los complejos, me dejo entero el corazón por si acaso se te ocurre regresar. No me quedan palabras, quizás coja esa puerta y no me vuelvas a ver más.