25 feb 2015

Machacar

Sorprendemos con cada instante de nuestro tiempo. El sentido de existir, los posos de café al levantar tu alma podrida. El rezo que suplica la culpa, el veneno que nos ahoga en sueños e imaginamos que siempre mañana será otro día.

La caída de un gigante, el fresco anochecer que se cuela por tu cuello, dulce es la noche que acaba besando al amanecer, esa que entre sábanas encuentra a cualquiera que no sea yo.
Soy la caricatura de un niño, el garabato que firma la condena a vivir perdido, torpe y aburrido.
Especialista en contar hasta diez, dejando ver esa insensata estupidez de no importar nada más allá de estas cuatro paredes que esconden los años, las baldosas que bajo insomnio recorres buscando pintar tus sueños, un aliciente para el sentido de los huesos rotos y taciturnos.
Canibalismo que alimentan mis frases, intentado sacar lo mejor, rompiendo cristales cierro bares, cazo tormentas en el alma pierdo el norte dibujando corazones, marfil de mis pestañas, dueño del silencio en tumbas huecas, inertes de vida, lisonjeras de recuerdos, prisionera de mi ego.

Esconde un par de versos, juntemos espalda con espalda y gana el primero que eche a correr. Que estar mojado y que llueva no cambia el resultado. Preguntarle al destino si está jugando a algo que yo sé, si me espera mañana otra mierda en forma de rutina, si me tendré que calentar la comida en el microondas otra vez.

Los flecos de tus vaqueros, tu zapas, tu sombra de ojos, tu duda es mi encanto. Nos perdemos en universos esféricos, encontrando en cada uno de nosotros motivos para no ignorar las luces y las sombras. El ahora se nos escapa de entre los dedos, no nos quedan ya complejos, solo roces, acordes desatinados, fingir los pasos en la arena ya marcados.