30 oct 2015

Vaya, vaya...

Explota, te deja agotado y sin recursos. Es esa vieja sensación de incertidumbre, betún en la cabellera, buscando algo de suelto en la chequera para pagar a la luna otra noche de gracia. Se agasaja entre los pedazos de mis desechos, algo se me cruza entre los ojos; será una mota de polvo, será otra lágrima de nosotros.
Sopesamos los días pasados, rompemos en dos la vida, cada uno va tirando tratando de encontrarnos en el olvido. No hay mesa para dos, las velas se apagaron, todos se fueron marchando y solo dejaron esta alma desordenada, este frío que me entra cada noche a las tres de la mañana.
Me destrozan los domingos por la tarde, las mañanas sin llamadas solo para saber cómo estabas. El torpe tropezar de pies al tratar de recordar eso de caminar sin la presencia de una sombra. 

Es una pompa, unas viejas letras que un día te escribí. Me siento en la arena, espero a que suba un poco más la marea, que el salitre se cuele en mi piel, que vuelvas y no me preguntes ni el porqué.
Que no por repetir el triste estribillo, es más alegre esta canción.
La melancolía como forma de vida un día llamó a mi puerta, se atrincheró en mi cama y es la única que me abraza cuando el gris de los días no acompaña, cuando parece que llueve y no puedo saltar en ningún charco por miedo a ahogarme.

Se va quebrando mi voz, ya no recuerdo ni el día de hoy. Nunca interesa cuando el mañana parece un chiste mal contado, una jugada torpe del destino que en su casa sigue descojonándose tomando una copita de vino.
Me comparo con esa cuadratura del círculo, ese beso mal dado, ese caminar que rompe esquinas, esas vidas podridas de latir que la aurora recuerda que todavía queda llama.

No cuelgues, espera un par de tonos más. Paciencia, que a esto de vivir nunca nadie me enseñó. Que parece que esto vaya de tropezar y tropezar, de hundirte tratando de avanzar, de ensuciarte las botas como cicatrices llevas en la espalda.