24 dic 2014

Morir en Navidad

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Sí, así es. Como un apretón que acaba enseñando la cabeza y como la aguja de un reloj que sabes que tarde o temprano acabará por volver a las 10:10. 
Es una costumbre, un cumpleaños que salvo que hayan niños pequeños en tu casa nunca quieres celebrar. Esa es la Navidad.

Para mí, la Navidad es como esa fotografía que al mirarla te das cuenta de que este año no están todos o de que los que están ya no salen tan altos y tan guapos. Nos pasamos el año engañando nuestra memoria, diciéndonos que nosotros no somos eso, renegando de la raíz, de aquello que supera al hueso y la piel. Para que luego, durante unos pocos días, mediante un chorro de realidad te venga todo de golpe y tengas que hacer como que aquí no ha pasado nada.
Es como una canción de Sabina; ambientada en noches que quizás no sean tan buenas y a las que de repente te pueden entrar pánico escénico. Te viene a recordar que diciembre no es abril, que aunque juegues en casa, es un trámite que hay que pasar para llegar vivo a enero.

Empecé el año repitiendo una y otra vez que este 2014 estaba siendo una broma. El problema es que nadie me creía, ni sabía cuán de pesada podría llegar a ser. Ha sido como chiste sin gracia, una tontuna de esas que suelta tu tío el facha -todos lo tenemos-. Y claro, a unas horas del gran evento nadalenco y unas letras de Urquijo de fondo, a uno se le calienta el alma.

Hace años que no me entusiasman estas fiestas, de verdad. Y es que además, las llaman fiestas: tócate los huevos don Miguel. Creo que en esto, la sociedad y yo, no tenemos el mismo concepto.
Todo empieza por esa patología que tengo de ir un poco en contra de lo que se impone; véase cenar en plan "soy rico", juntarme con gente que dícese ser mi familia por el único hecho de que los dos vengamos del homosapiens y tengamos sangre del mismo color. 
Sí. Gracias a esta ecuación que me acabo de inventar, cualquiera - bueno, cualquiera no- podría ser mi familia y está invitado a celebrar la Navidad en mi casa. Siento si alguno que provenga del homosapiens y tenga del mismo color que yo la sangre no lo considero mi familia, pero es que joder, hay gente que se esfuerza como mucho para ser un hijo de puta -siempre con perdón a las personas que tienen como progenitora un oficio como tal-.

Pero no nos desviemos buscando nuestra identidad. El tema es que la Navidad es como los granos: cuanto más mayor eres menos te sale celebrarla. Porque al principio, como los granos, pues piensas que es lo que toca, que ya crecerás y no tendrás que tenerlos. El problema viene que cuando ya has crecido, no es que eches de menos esos poros atormentadores, sino a la gente por la cual darías la vida con tal de que te dijeran cuánto habías crecido y lo orgulloso o no que estaban de ti.

Quiero desearos cuanto bueno merezcáis; pero no ahora, sino en vuestra vida. Y si tengo que pedir un deseo, con miedo a que si lo digo no se cumpla -pero por llevar la contraria, lo que sea-, pediré únicamente eso: que a las personas buenas les pasen cosas buenas. Algo tan simple y complicado como esto. Que la Pantoja se encuentre un pelo de su bigote en la sopa y a Bárcenas no le dejen limpiarse el culo con papel de ese que lleva pintados billetes de 500. 
En definitiva, que la gentuza deje de joder y de llenarse los bolsillos con cosas que no son suyas.

Paz y falsedad en estos días. Pensad que ya queda menos para que todo vuelva a ser como antes y quizás el año que viene no sea como era ayer.

19 dic 2014

El chico de las poesías

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Cuando no es todo lo que parece y todo lo que es se parece a la nada en la que me encuentro. El teléfono no para de sonar, mil excusas llaman y aporrean a mi puerta pidiendo explicaciones, yéndose mi vida por otra cuneta.
Es la impaciencia, la indecencia que viene cuando el frío aprieta. Gestos extraños, dardos que se clavan como clavos en nuestras manos, que atrincheran la marchita rutina. Se agrietan por mi tripa unos litros de soledad indigesta, la brisa tonta de un veraniego diciembre, el tuerto que es ciego y que parece que todo lo entiende.

Son unas notas de aquella vieja canción, de papá siendo el conductor y no tener problemas que ronden cabezas. La incertidumbre de venta al por mayor, de calendarios rotos, de penas que son menos penas entre sábanas y luz apagada.
Virulencia matinal que atenta el despertador, solapas de sobres con cartas de desamor que anhelan que se pare el ascensor. Esquinas malditas, manos que arden al notar los pies fríos, espejos abren la lata del olvido.

Ese complejo maldito, colas de lagartija que cortas y vuelven a crecer, tardes que caen como el pelo y emborronan como el acné. Bolsas del supermercado, champú y desatino, el "érase una vez" como estribillo.
Que si tuviera otra vida, me volvería a equivocar; me tropezaría otra vez con esta piedra, dormiría 3000 noches a rienda suelta, cerraría los ojos y continuaría soñando. 
Disculpen la melancolía, no pretendo ser el chico de las poesías.