13 may 2014

Charcos

Sombras chinas en la pared, distinta mierda que estropea mis tez.
El invierno queda lejos, la resaca de los ancestros.
Los besos que no eran nuestros, la sobredosis de complejos,
los techos descubiertos: somos niños inquietos.

Haz lo que quieras, si no molesta.
Espera la vida, echa la siesta.
No te rompas la cabeza, no es eterna.
Pega bien la oreja, no sonrías a cualquiera.

Es el punto medio, la rutina que en zig-zag sabotea de nubes negras nuestra azotea.
Somos los primeros, los hijos que siempre quisieron, los dueños que en el aseo,
aprendieron a decirse lo que no quiero, lo que no siento, lo que no debo.
Perfecta armonía sinfónica, cuestiones ecléctica, falsas sonrisas geométricas.

Que no soy yo.
Que es el mar mojando los dedos de mis pies.
Que es el agua dándome la sensación de lividez.
Que es el oxígeno que a la tercera evolución es ozono.
Que ya he tocado fondo, que de verdad que no soy yo.

Busco solo un encuentro, un tropezar en el desierto, un recoveco en tu cuerpo.
Son las esquinas que unen los versos, las señales de humo que me destruyen.
Me muero de deseo, de anhelo. Perdamos otro tren, volémonos de aquí;
la ciudad es demasiado gris, las paredes solo muestran mi cicatriz.

Mientras, el tic-tac de las horas ahoga mi despertar,
me miente y me dice que todo no es verdad.
Que no somos cómplices y que han dejado
a este viejo buceando en un charco.