11 jun 2012

El gato guardian

Se abren los telones, escondemos en los cajones todo aquello que no nos gusta y salimos a escena con la mejor de las caras posibles.
Las luces crean un plano precioso. Nos exponemos ante nuestro público que espera que algo ocurra; para algo han pagado.

Parece que esto no es suficiente. Se encargan de hacernos perder la fe, de borrar la mejor de nuestras sonrisas, de borrar nuestros sueños de nuestra mente solo por su no-conocimiento de vivir.
Entramos y salimos de las vidas. Existen puertas giratorias que de forma aleatoria nos presentan personas: nos regalan la posibilidad de aprovecharnos de ellas y sacar lo mejor. Y cuando parece que no podemos sacar más, esa puerta nos vuelve a transportar.

Poco se me puede contar de estas historias de puertas. Pero, ¿saben una cosa? En cada una de estas puertas hay como mínimo un gato guardian. Él es el que nos ata, nos recuerda que pese a que nos toque girar de nuevo, siempre va a estar ahí, a la entrada y a la salida; cuando te alegres por entrar o salgas escaldado.
Porque pese a que los gatos no me gusten lo más mínimo -son siniestros y ocultan algo- estos tienen algo especial. Son los conservantes de nuestras vidas, los que aunque nosotros no nos demos cuenta hacen que nuestras caídas, nuestros pequeños fracasos y decepciones, parezcan menos malos. Y parece sencillo y tonto, pero la causa de esto, es porque están a nuestro lado.
Amortiguan, se llevan un poco de ese dolor ajeno.

Algo importante de estos pequeños animales son sus bigotes. Están tremendamente afilados. Y no sé si será eso, pero consiguen que las arrugas de tu cara que se marcan al sonreír, se noten mucho más. De esta forma y casi sin darte cuenta, estás sacando la mejor de tus sonrisas y te sigas explicando todavía las razones.

No quieran tener muchos de estos gatos guardianes: pierden su magia, su poder. Sin embargo, sigan entrando en esas puertas giratorias en busca de nuevas personas, de grandes historias que contar... Seguramente y sin darte cuenta, tendrás que salir por patas en busca de otra puerta, o sencillamente sea por necesidad o nuevos encuentros. Bueno, parece que es la ley no escrita.

Pero escuchen una cosa que se olvidaba comentar, rara vez pasa que tras encontrar a alguien al otro lado de la puerta giratoria y compartir un tiempo con ella, llegue el momento en que se convierta en gato guardián. Es maravilloso, os lo aseguro.

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