2 abr 2011

Cuatro paredes

Llegas a casa por la noche, sobre las 10.
Tocas al timbre y casi con la calidez de un abrazo se abre la puerta del patio. El ascensor, siempre en el último piso.
Llegas. Un beso y abrazo te recuerdan que es en esa puerta donde te esperan.

Pero todo eso se esfuma en poco menos de una hora. Cuando ves que tú sobras en esa casa; que no eres como ellos, que no puedes encerrarte en esas cuatro paredes y esperar que pasen los años.
Te prometiste ya hace un par de años que nadie decidiría por ti y opinaría.

Dame una habitación, una casa, un hogar donde sentirme solo y que sean otros los que toquen al timbre, y que sea yo el que bese y abrace. ¿Quién te espera cuando yo no estoy?
No puedo hacerlo; soy demasiado egoista para hacerlo.
Necesito aire, salir de aquí, me doy cuenta cada vez más del mundo tan ámplio que me estoy perdiendo en cada segundo.

Camino compartiendo el sonido de una canción con los que pasan a mi lado. Fumo esperando que ese humo en mis pulmones ensombrezca todo lo que parece felicidad.
¿Saben?, nada sigue claro con respecto a mi. Pero he aprendido casi a vivir sin respirar.
Espero que las olas del mar en una noche de verano me muestren la soledad de una habitación sin luz en la que no estoy ni yo ni tú; solo unas persianas que no dejan pasar la luz de la madrugada y sí una esperanza jamás encontrada.

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